domingo, 24 de noviembre de 2013

"Papá, ¿qué estas haciendo?"

No sé cómo decírtelo. Seguramente crees que lo haces por mi bien, pero no puedo evitar sentirme raro, molesto, mal. Me regalaste la pelota cuando apenas empezaba a andar. Aún no iba a la escuela cuando me apuntaste al equipo. Me gusta entrenar durante la semana, bromear con los compañeros y jugar el domingo, como lo hacen los equipos grandes. Pero cuando vas a los partidos ... no sé. Ya no es como antes. Ahora no me das una palmada cuando termina el partido, ni me invitas a tomar algo. Vas a la tribuna pensando que todos son enemigos. Insultas a los árbitros, a los entrenadores, a los jugadores, a otros padres... ¿Por qué has cambiado?
Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que sólo vale ganar. Ese entrenador del que dices que es un inepto, es mi amigo, el que me enseñó a divertirme jugando. El chico que el otro día salió en mi puesto... ¿Te acuerdas? Sí, papá, aquel que estuviste toda la tarde criticando porque "no sirve ni para llevarme el bolso", como tú dices. Ese pibe va a mi clase. Cuando lo vi el lunes, me dio vergüenza.
No quiero decepcionarte. A veces pienso que no tengo suficiente calidad, que no llegaré a ser profesional y a ganar millones, como tú quieres. Me agobias. Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero, ¡me gusta tanto! ...
Papá, por favor, no me obligues a decirte que no quiero que vengas a verme jugar.

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